Más de 700.000 niños y adolescentes de 5 a 17 años son obligados a ocuparse de las tareas de la casa y del cuidado de sus hermanos, en detrimento de su educación y su ocio
Por Micaela Urdinez
LA NACION
En la semana, Ana -de 15 años- se levanta cerca de las 7 para poder llevar a su hermana al jardín de infantes, y para llegar a tiempo de dejar los tuppers en el Comedor Padre Daniel de la Sierra, que luego retirará llenos de comida cuando salga del colegio al mediodía. Una vez en su casa, su primera responsabilidad es barrer y cuidar de sus hermanos menores: Paola y Arnaldo, de 1 año y 3 meses. Sólo después de haber cumplido con esas tareas puede descansar o jugar una hora en la computadora. Porque junto a su hermana mayor, Liz, también le toca hacerse cargo de otras actividades: lavar la ropa, los cubiertos y platos, el baño, limpiar el cuarto y cocinar.
"Nunca traigo tarea porque hago todo en el colegio. Después de limpiar juego un rato en la computadora. Pero primero me toca la limpieza", dice esta joven tímida, de mirada huidiza, que vive en la villa 21-24 de Barracas, junto a su madre, su padrastro, sus 3 hermanos, un primo y el padre de su padrastro, mientras se recupera de una operación.
Aunque a sus padres -y a la sociedad en general- les parezca razonable que ellas ayuden en la casa, en el caso extremo de Ana y Liz la organización familiar las obliga a ser víctimas de trabajo doméstico intensivo (TDI). Lamentablemente, las consecuencias en las vidas de los niños son tan trágicas como cuando realizan actividades económicas: riesgos en la salud, retraso o abandono escolar, consecuencias psicológicas al tener que asumir responsabilidades de los adultos y pérdida de espacios de ocio y recreación.
Porque aunque existe una concepción ancestral que sostiene que es formativo que los hijos colaboren en los quehaceres domésticos, es preocupante constatar en cuántos casos ellos se convierten, directamente, en los jefes de la casa. Según cifras del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, son 701.695 los menores de 5 a 18 años que realizan trabajo doméstico intensivo (el 7,8% del total). Esto quiere decir que en sus hogares son los responsables de llevar a cabo todas las siguientes tareas: atender la casa, hacer la comida, cuidar a sus hermanos, hacer las compras, juntar agua o buscar leña. En villas y asentamientos, este porcentaje se eleva al 15,3% -porque permite liberar mano de obra adulta para generar mayores ingresos-, mientras que en el trazado urbano medio se reduce al 3,9 por ciento.
"El trabajo infantil doméstico es el que menos se ve y el más difícil de erradicar porque tiene que ver con una estructura familiar y con el género. Para revertirlo hace falta hacer una intervención familiar y también trabajar con la escuela. No está ligado directamente a un tema económico, pero es el que permite que los padres puedan trabajar", sostiene Soledad Gómez, responsable del Área de Inclusión Social de la Asociación Conciencia.
Al ser un fenómeno naturalizado socialmente y que se transforma en una vulneración de derechos en función de la intensidad y las privaciones que acarrea, el trabajo doméstico intensivo es difícil de detectar, pero también de medir. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se considera TDI cuando se realizan tareas domésticas con una duración de más de 3 horas diarias o 15 semanales en los niños menores de 16 años y de más de 6 horas diarias o 36 semanales entre los 16 y 18, afectando el acceso, rendimiento y la permanencia en la escuela, y el desarrollo físico y psicológico de los niños y adolescentes. Otras variables para tener en cuenta es si constituye una tarea riesgosa o no, la responsabilidad que asume según su edad, si hay o no presencia de un adulto y la percepción de remuneración.
En las zonas rurales, los niños son los encargados de cuidar a los animales y cargar la leña.
"Nunca dejé a mis hijos en una guardería porque confío más en mis hijas. Yo les explico qué tienen que comer, qué remedios tienen que tomar los más chicos y a qué hora le tienen que cambiar los pañales. Por eso mis hijos nunca se enfermaron", dice María Juana, de 34 años, madre de Liz y Ana, que recién hace 5 se vino a probar suerte desde Paraguay. Hoy, la familia se sostiene gracias a los $ 1500 que reciben del plan Ciudadanía Porteña y de los $ 2000 promedio por mes que saca el jefe de familia de su trabajo de albañil.
Liz no tuvo más opción que empezar a ocuparse de la casa cuando sólo tenía 7 años. De un día para el otro, tuvo que abandonar las cocinas de juguete y dejar de cambiarle los pañales a sus muñecas para transformarse en una ama de casa con todas las letras y en la madre sustituta de sus hermanos. Ana recién empezó a los 10, y hoy son las encargadas del hogar mientras sus padres trabajan. Como es de esperar, los efectos secundarios en su educación no tardaron en llegar. Liz está en 3er. año y a Ana recién la promovieron a 7° grado hace un mes. Ambas presentan retraso educativo.
Datos del ODSA muestran que son 367.166 los chicos entre 5 y 17 años que realizan TDI y a su vez presentan déficit educativo, esto quiere decir que no asisten a la escuela o lo hacen con sobreedad. "El trabajo infantil doméstico no afecta tanto el rendimiento en la escuela, sino que se manifiesta en las llegadas tarde, las inasistencias, en no poder asistir a las actividades de contraturno como las deportivas o artísticas", afirma Magalí Lamfir, responsable de Programas de la Asociación Conciencia.
"Este mes voy a empezar a buscar trabajo, así que el año que viene Ana va a ir a la tarde y Liz a la mañana, así las dos pueden cuidar a sus hermanitos cuando salen del colegio y ocuparse de la casa", dice María Juana, mientras Ana se queja porque dice que a la tarde hace mucho calor en el colegio y que va a tener que cambiar de compañeros.
"Yo directamente las dejo a ellas para que hagan, así cuando se vayan de casa ya saben hacer", dice la madre, reforzando el supuesto aspecto educativo del trabajo doméstico intensivo. Mientras tanto, Ana sigue soñando con hacer lo que más le gusta: andar en bici, cantar, bailar y algún día, cuando sea grande, ser peluquera.
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Limpiar, cocinar, planchar, realizar mandados, o cuidar a otros niños o ancianos no resulta en sí peligroso ni una explotación para todos los niños que lo realizan, pero se convierte en una violación de derechos cuando les demanda todo el día y les impide ser niños: cuando obstruye el goce pleno de sus derechos a educarse, ver a su familia, jugar o tener amigos.
"Una cosa es el trabajo en casas particulares o para terceros, que está prohibido por debajo de los 16 años, según la legislación vigente, y por otro lado el trabajo infantil doméstico intrafamiliar. En este segundo supuesto no hablamos de la colaboración en las tareas del hogar, sino de que la niña o el niño asumen las responsabilidad del cuidado de sus hermanos menores o de adultos mayores supliendo el rol de los adultos", sostiene María del Pilar Rey Mendez, presidenta de la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil.
La gran mayoría de quienes realizan trabajo doméstico intensivo son mujeres. Foto: Shutterstock/ Giselle Ferro
En términos generales, el perfil de quienes realizan este tipo de tareas son niños de entre 6 a 17 años, en su mayoría mujeres (61,6%), que poseen escasa educación, que proceden de familias muy pobres (en muchos casos monoparentales) y que, generalmente, tienen madres que fueron trabajadoras domésticas antes de cumplir los 18 años.
"En nuestra población vemos más casos de trabajo doméstico que los demás, pero no es excluyente. Un chico que es vendedor ambulante, cartonero o que trabaja en la cosecha llega a su casa y también tiene que cuidar a sus hermanos. No es que los padres son descuidados con sus hijos, sino que no tienen dónde dejarlos. Esto sucede, principalmente, en las comunidades vulnerables, en la que los padres tienen la necesidad de salir a trabajar y hacer changas", agrega Gómez.
Respecto de la situación laboral de los padres de los chicos que realizan TDI, sólo el 36% tiene un trabajo estable, el 46% posee un trabajo precario, el 9,1% está inactivo y el 8,5% era desempleado o con subempleo.
Este último es el caso de Carla, que tiene 14 años y vive en una casa junto a sus padres y sus 4 hermanos en Villa Soldati. Si bien ambos jefes de familia se encuentran sin trabajo -su padre era albañil y su madre tiene un pequeño quiosco en casa-, ella es la encargada de las tareas de la casa. Su rutina consiste en levantarse cerca de las 11, desayunar y limpiar la casa hasta las 17 que va a la escuela donde cursa el 1er. año en el Instituto Nuestra Señora de Fátima. En 2011 la tuvieron que cambiar de escuela porque repitió de grado.
"Barro, limpio la mesa, el baño, lavo los platos y cubiertos, arreglo la pieza de mi mamá y cocino algunas veces. Lo tengo que hacer sí o sí. Si no lo hago me tengo que ir a la casa de mi abuela. Mi mamá es muy nerviosa y cualquier cosa que haga mal ella reacciona mal también, como que se enoja mucho", explica esta joven que comenzó a colaborar en el hogar cuando tenía 5 años, a veces con la ayuda de su madre, y sostiene que le gustaría terminar la secundaria para tener su diploma y poder conseguir un buen trabajo.
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Al igual que sucede en el mundo de los adultos, los niños también tienden a naturalizar esta realidad y no viven la realización de tareas domésticas como una carga o como una imposición, sino como la posibilidad de contribuir en la organización familiar. La mayoría de las veces, los niños frente a la pregunta de por qué se hacen cargo de limpiar, cocinar, responden que es porque quieren, porque les gusta, porque les divierte o porque quieren ayudar mostrando una mimetización con los roles adultos.
"Cuando era chiquito él cocinaba, venía cansado y yo le iba a hacer los mandados nomás. A los 13 un día me dijo que aprenda a cocinar, miraba, le preguntaba cómo se hacía. Un día le dije dejá que puedo hacerlo yo, me controlaba no más como lo hacía, cuánto tiempo dejar las cosas y después solo ya empecé a cocinar. Lavar la ropa; como tenemos lavarropas automático pongo pero no cuesta nada, es una pavada; después tenderlo no más, es fácil", explica Carlos, de 16 años, que vive con su abuelo en una casa en La Cava, Beccar, provincia de Buenos Aires. En su relato, deja en claro que no siente que el tener que dedicar entre 4 y 5 horas de su día a las tareas de la casa sea nocivo para su persona, o incluso un atropello de sus derechos.
Su padre vive en Corrientes donde trabaja en una arrocera, su abuelo es albañil, su madre atiende un quiosco en su casa y su padrastro es pintor. Su casa es de material con pisos de madera y tiene dos dormitorios. Está en 4° año de la Escuela Técnica N° 1 en Beccar, la que considera que es importante terminar porque "quiero tener un buen futuro cuando sea grande y trabajar, tener un buen progreso, ser alguien en el mundo y tener mi propia ropa".
Desde los 12 años Carlos es el encargado de limpiar la casa, lavar los platos, a veces limpiar la mesa, barrer y baldear. Y si bien no reconoce que realiza trabajo infantil doméstico, sí sabe que si no se ocupa de la casa, su abuelo lo retaría, y que si él no lo hace, no hay nadie que lo reemplace. "Cuando yo me enfermé la casa quedó sucia. Mi abuelo no limpió y mi mamá tampoco me ayudaba. Una vuelta estuve rebelde y mi abuelo casi me echó de la casa", recuerda Carlos, en un claro ejemplo de que el TDI no es exclusivo de las mujeres, sino que en algunos casos también son los varones los responsables de las tareas de la casa.
Lo mismo le sucede a Franco, que tiene 17 años y vive en la villa 21-24 de Barracas, junto a sus padres y hermanos de 15, 12 y 7. Sus padres están desempleados y salen a cartonear todas las tardes por la zona de Caseros para recolectar cartón, plástico y vidrio. Parten alrededor de las 16 y vuelven pasada la medianoche. Empezaron con este modo de supervivencia cuando Franco tenía 10 años y así fue como se convirtió en el responsable de la casa. "Cuando eran más chicos los llevaba conmigo a cartonear, también porque les tenía que dar la teta", cuenta su madre, Susana, que todos los mediodía colabora en el comedor Padre Daniel de la Sierra, en el anexo que tienen para diabéticos e hipertensos. Como contrapartida, la dejan llevarse la comida de todos los días para la familia.
Si bien tiene el almuerzo y la cena resuelta, Susana sufre el no poder comprarle ropa o darle una mejor calidad de vida a sus hijos. Cobra $ 1300 del plan Ciudadanía Porteña y saca cerca de $ 30 por día con el cartoneo.
En la dinámica familiar, Franco oficia las veces de adulto y se encarga de cuidar a sus hermanos, cocinar y hacer los mandados. Todos van caminando juntos a la escuela N° 7 por la mañana y por las tardes se los puede ver deambulando por el barrio. "Franco tiene 17, está recién en 2° año. Lo que pasa es que se atrasó mucho porque tuvo cuadros de desnutrición cuando era chico", intenta explicar su madre, que cuando puede dice que les deja hecha la comida para la noche, pero que si no se ocupan ellos.
"El trabajo infantil doméstico va de la mano de la pobreza, de la mala educación, del no acceso a la información, de la mala atención de la salud. Es una pobreza estructural porque la mayoría de los padres también fueron trabajadores infantiles. Es una problemática transversal que tiene que ver con la alimentación, con la higiene, con el trabajo, con la educación y con la recreación", agrega Flores, a la vez que rescata que hace 10 años no se hablaba de trabajo infantil y ahora los padres por lo menos saben que está mal.
La toma de conciencia es el primer paso para cualquier cambio sustancial. Ahora sólo resta transformar estos conceptos en actos, para que en los hogares, los niños sólo se dediquen a jugar, estudiar y ser felices.
PARA SABER MAS
Asociación Conciencia
Comedor Padre Daniel de la Sierra
Proniño
Observatorio de la Deuda Social Argentina
Fuente texto e imagenes: La Nacion
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