domingo, agosto 31

Cambalache: Atropello a la razón

Por Enrique Pinti

Ese chofer de taxi que nos lleva a toda velocidad sin que nadie se lo haya pedido, sólo porque está apurado, vaya a saber por qu, y nos hace temblar pasando semáforos en amarillo y esquivando peatones que tienen que emular a las estrellas del ballet ruso dando saltos para salvar la vida.

Esa gente que llega al cine justo cuando empieza el film, con la sala a oscuras, buscando a tientas asientos libres (si las entradas son numeradas el bochorno será peor), cargados con combos de pochoclo, gaseosa y algún oloroso y grasiento pancho rebosando mostaza por los cuatro costados, que pasarán sobre nuestros pies cual alfombra persa tapándonos la visual, haciéndonos perder el planteo del argumento y derramando a su paso líquidos y cereales no deseados.

Esos pesados que todo lo saben antes que nadie y se la pasan presumiendo de contactos y buenas fuentes para cuanto rumor político, financiero, social o farandulero vuele por el aire y que documentan sus informaciones con bochornosas intimidades de los que defenestran, que a nadie le importan y que en la mayoría de los casos no tienen real fundamento.

Esos reyes de la desgracia que de lo único que hablan es de enfermedades, muertes, accidentes, brutales asesinatos y casos patéticos de violaciones y catástrofes, y que siempre rematan sus espantosos relatos con un "esto sólo pasa acá" tanto como para hacernos sentir en el peor infierno mundial.

Los "médicos" sin título que tienen un remedio mágico, infalible y, si se puede, insólito e inaudito para cualquier malestar: yuyos, tisanas, masajes, acupunturas, ejercicios, relajaciones, pastillas y jarabes que nos imponen desde su experiencia personal sin saber si esos productos son aptos y compatibles con nuestro organismo.

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La Nación-Revista

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