Con sólo 17 años, el bahiense Xavier Inchausti es una de las grandes promesas del violín en el mundo
Tenía todavía 16 años cuando en marzo del año pasado, en Paraná, aceptó un desafío que -él lo sabía- sería un punto de inflexión en su joven pero prolífica carrera: tocar en vivo y de manera integral los 24 Caprichos, de Paganini, una obra cumbre si las hay para violín.
Lo logró. Y el desafío se repitió varias veces más.
Algo brilla profunda y serenamente en él. Por eso puede ser un notable intérprete de estos conciertos, que Paganini compuso entre 1801 y 1807, y al mismo tiempo ser el chico que acomoda casi milagrosamente su metro noventa de estatura en un asiento de clase turista de un avión, vuela 40 horas hasta Taiwan, da un concierto que conmueve hasta las piedras y regresa a su casa de Bahía Blanca para enfocar nuevamente la atención allí donde quiere: en su instrumento. La herramienta que él eligió para expresarse, el violín.
Su historia es fuera de lo común: la primera vez que tomó contacto con un instrumento musical, el piano, tenía 8 años. Pese a que el violín le gustaba desde muy pequeño -cuando era casi un bebé-, recién a los 9 años comenzó a estudiar. Sus avances fueron asombrosos. Ni su propio padre (César, también músico, que le enseñó piano) podía creerlo.
Su mamá, descendiente de vascos como su papá, eligió un nombre emblemático de esa cultura para él: Xavier, con "x", y todo indica que lo lleva orgulloso. Es más: no oculta su incomodidad cuando alguien lo pronuncia con la "j" con que se conoce en castellano. Pocas cosas muestra abiertamente Xavier Inchausti. Esa es una: la de querer que su nombre suene como es, con "x". La otra, que es fanático de River. Antes de empezar a hablar de él, de sus gustos, su historia de vida, sus costumbres, quiere poner toda la atención de la charla en los logros que ha alcanzado: haber sido solista con orquestas de la talla de la Sinfónica de Ucrania (donde tocó el concierto N° 1 de Shostakovich, uno de sus artistas preferidos) o haber sido invitado por el célebre violinista israelí Shlomo Mintz al mastercourse que dicta en el kibutz Keshet Eilon, después de saber de que el joven músico argentino había presentado en forma integral y en vivo los complejísimos 24 Caprichos, una obra monumental para violín de la que Mintz es uno de los contadísimos intérpretes en el mundo.
La charla, de más de dos horas, es en el living de su casa en Bahía Blanca, una fría mañana de invierno, con un sol radiante.
-¿Tenés un solo violín?
-Dos, uno con el que toqué hasta marzo de este año y éste (lo mira), que es un violín Wagner, gentileza de Héctor Almerares. Creo que hacía mucho que no se tocaba; es de 1791. No soy un experto en luthería, pero sé que los violines antiguos tienen otra calidad de sonido.
-Antes del violín jugaste al básquet...
-Sí, de los 6 a los 10.
-Era casi inevitable, por tu estatura...
-No. Es cierto que siempre fui alto para mi edad, nunca pegué el estirón? Pero al básquet iba porque estaba cerca y porque iban mis amigos. Me gustaba, pero no era una pasión.
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La Nación- Revista
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