domingo, febrero 15

Bombay después del horror

Tras los atentados terroristas de noviembre último, en los que murieron 195 personas, LNR recorrió esta emblemática ciudad de la India que trata de volver a la normalidad. A pesar de los enormes refuerzos de seguridad, la gente dice que no tiene miedo

BOMBAY, India.-
"Quiero pedirte que no pierdas la fe ni en la India ni en la ciudad que amo, Bombay. Si continuamos visitándola y conociendo a su gente, si dedicamos nuestro tiempo en su caótica belleza, si gastamos nuestro dinero en sus bazares y hoteles, si compramos los libros de sus grandes escritores y escuchamos la música de sus brillantes compositores, si nos maravillamos con el esplendor de sus bailarines o miramos perplejos sus películas y galerías de arte; en otras palabras, si seguimos abriendo nuestro corazón a lo mejor que esa cultura tiene para enseñarnos, quienes cometieron los atentados del 26 de noviembre no podrán ganar jamás."

Con la misma energía, devoción y afabilidad que transpira cada meandro de la capital comercial, financiera y del entretenimiento de la India se expresa el escritor y ex convicto australiano Gregory D. Roberts, hijo adoptivo, por elección propia, de esta fascinante ciudad cosmopolita -la segunda más poblada del mundo, con 13,7 millones de habitantes-, donde desde las regiones más remotas cada día llegan unas 200 familias con las manos vacías y los bolsillos rebosantes de esperanzas. Y es precisamente en los intestinos y las arterias más recónditas de este variopinto enjambre urbano donde transcurre Shantaram , la popular y conmovedora novela de Roberts.

"Es cierto -confiesa quien tal vez sepa sobre Bombay más que ningún otro occidental-, puede ser lo más frustrante del planeta. De hecho, aquí casi todos maldecimos, al menos una vez al día: ¡Dios, odio esta ciudad! Sin embargo, es la misma gente, entre la cual me incluyo, la que de igual forma, al menos una vez al día, suspira: ¡Dios, amo esta ciudad!"
Cuarenta horas, solamente, sobraron para digerir las palabras de Roberts en carne propia.
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(leer nota completa aqui)

Por Ignacio Escribano
revista@lanacion.com.ar

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