Tras los atentados terroristas de noviembre último, en los que murieron 195 personas, LNR recorrió esta emblemática ciudad de la India que trata de volver a la normalidad. A pesar de los enormes refuerzos de seguridad, la gente dice que no tiene miedo
BOMBAY, India.-
"Quiero pedirte que no pierdas la fe ni en la India ni en la ciudad que amo, Bombay. Si continuamos visitándola y conociendo a su gente, si dedicamos nuestro tiempo en su caótica belleza, si gastamos nuestro dinero en sus bazares y hoteles, si compramos los libros de sus grandes escritores y escuchamos la música de sus brillantes compositores, si nos maravillamos con el esplendor de sus bailarines o miramos perplejos sus películas y galerías de arte; en otras palabras, si seguimos abriendo nuestro corazón a lo mejor que esa cultura tiene para enseñarnos, quienes cometieron los atentados del 26 de noviembre no podrán ganar jamás."
Con la misma energía, devoción y afabilidad que transpira cada meandro de la capital comercial, financiera y del entretenimiento de la India se expresa el escritor y ex convicto australiano Gregory D. Roberts, hijo adoptivo, por elección propia, de esta fascinante ciudad cosmopolita -la segunda más poblada del mundo, con 13,7 millones de habitantes-, donde desde las regiones más remotas cada día llegan unas 200 familias con las manos vacías y los bolsillos rebosantes de esperanzas. Y es precisamente en los intestinos y las arterias más recónditas de este variopinto enjambre urbano donde transcurre Shantaram , la popular y conmovedora novela de Roberts.
"Es cierto -confiesa quien tal vez sepa sobre Bombay más que ningún otro occidental-, puede ser lo más frustrante del planeta. De hecho, aquí casi todos maldecimos, al menos una vez al día: ¡Dios, odio esta ciudad! Sin embargo, es la misma gente, entre la cual me incluyo, la que de igual forma, al menos una vez al día, suspira: ¡Dios, amo esta ciudad!"
Cuarenta horas, solamente, sobraron para digerir las palabras de Roberts en carne propia.
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Por Ignacio Escribano
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