Nació en Salta, huyó de su hogar a los once años y se casó contra su voluntad a los quince. Hoy, Carmen Montero es jubilada, limpia baños químicos y destina todos sus ingresos a un refugio de perros abandonados en Barracas, al que mantiene desde 2002
La primera vez que Carmen Montero subió a algo equipado con motor, asientos, cuatro ruedas, fue para recorrer las seis horas que separan la localidad de Gaona, Salta, de la localidad de El Galpón, Salta, y escapar así de una madrastra que la molía a golpes. Si ahora, cincuenta años después de aquellos tiempos, Carmen Montero sale de la casa donde vive, toma el 59 y recorre sin problemas la media hora que la separa del refugio del barrio porteño de Barracas donde cuida a más de veinte perros abandonados, aquella vez, en Salta, creyó que se moría.
Tenía once años, no conocía más medio de transporte que una mula, había pasado la noche oculta en un corral de caballos y tenía el olor de la bosta metido en el estómago. Pero no fue eso lo que la hizo vomitar.
-Yo nunca había viajado en colectivo. Me agarró un vómito que creí que me moría. Era porque sabía que me iba para no volver.
Y ése fue sólo el primero de los pasos que Carmen Montero dio en una vida que la llevaría, para siempre, lejos de casa.
Es así: todos los días, desde 2002, Carmen Montero hierve carcasa de pollo con menudos, arroz, carne picada. Después separa los huesos de la carne, agrega dos tazas de alimento balanceado, carga todo en un par de cacerolas y las cacerolas, en un par de bolsos. Cruza la 9 de Julio, llega a Tacuarí, toma el 59, baja en la avenida Suárez al 3000 y llega hasta un terreno que pertenece al ferrocarril donde hace algunos años levantó un enorme canil: allí viven veinte perros que responden a nombres como Angela, Bicho, Chiquito, Flaco, y que son la rémora de un desalojo municipal que, en 2001, sacó a cientos de personas de un predio ubicado en la avenida Garay y 24 de Noviembre. El terreno donde viven los perros, en Barracas, es estatal y, según manda el ONAB (Organismo Nacional de Administración de Bienes), debería ser desalojado en breve. La casa donde vive Carmen, en Monserrat, es ajena, y ella permanece allí sólo porque trabaja de casera: sabe que alguna vez tendrá que irse.
Pero nada de eso es nuevo para esta mujer que pertenece a la estirpe de los que nunca tuvieron nada que puedan llamar suyo, ningún lugar que puedan llamar casa.
* * *
Lo primero que se escucha al tocar el timbre en la casa de Monserrat es el ladrido de los perros. Después se verá que son nueve, prenunciados por gigantescas bolsas de alimento bordeando una escalera de mármol que se eleva como un chorro de huesos sucios hasta el centro de este caserón que alguna vez tuvo vitrales y pisos de pino tea, y que ahora es una sucesión de paredes desconchadas, pisos corroídos por el ácido de los orines, habitaciones que son corral de perros.
-¡Chiquito! ¡Basta!
Un galgo flaco obedece y se echa a los pies de Carmen. A sus espaldas hay un cuarto donde vive un cuzco. A metros, el baño sin luz, sin agua caliente. En esta habitación, que hace de living, hay cinco muebles: una mesa, dos sillas, un aparador en el que se apoya un equipo de música Sharp sucio y antiguo, una repisa con fotos de nietos, hijos, perros.
-Acá tengo nueve perros. En Barracas tengo unos veinte, pero llegué a tener sesenta y pico. Ahora estoy cansada, pero uno tomó la responsabilidad y la tiene que asumir.
Todo empezó cuando, en 1998, vio por televisión a un grupo de personas protestando en las puertas del Instituto Pasteur, donde, según decían, se realizaban matanzas de animales.
-Me quise morir. Me fui para allá. Ahí conocí a un matrimonio; nos dimos los teléfonos. Un día me llama el hombre y me dice que en tal lado hay muchos perros para castrar. Fui al Pasteur y me dijeron bueno, averiguá y te damos los turnos.
Y así fue como un día de 2001 Carmen apareció en el predio de la avenida Garay y 24 de Noviembre, que pertenecía a la Secretaría de Educación de la Ciudad desde 1998, y que estaba tomado desde hacía tiempo.
-La municipalidad iba a desalojar el lugar, porque había borrachos, drogadictos, cartoneros, alcohólicos, todo.
(articulo completo aqui)
Por Leila Guerriero
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Cómo colaborar
Asociación Pro Mascotas Abandonadas
Avenida Suárez 3000
4381-8889
15-3314-8727
La tecnología también sirve para ayudar: un grupo de voluntarios se reúne desde hace un mes, a través de Facebook, para acercar ayuda y donaciones a Carmen.
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