martes, julio 21

Renovada sinfonía de los cuerpos

Por   | Para LA NACION

Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín / Programa: 
Hasta siempre: coreografía: Analía González / Música: Julia Kent, Ludovico Einaudi, Yann Tiersen y otros / Vestuario: Valentina Bari / 4 Janis para Joplin (temas grabados por Janis Joplin) /Escenografía y vestuario: Carlos Gallardo, e Himno a la alegría, música de Ludwig van Beethoven y vestuario de Graciela Galán, ambas, de Mauricio Wainrot / Iluminación: Eli Sirlin / Dirección: Mauricio Wainrot / Teatro San Martín /Nuestra opinión: muy bueno
Instalar en cuerpos en movimiento la energía de una partitura sinfónica de Beethoven no parece un cometido menor. Menos aún, si se trata de "la Novena". Con fortuna, Mauricio Wainrot la plasmó con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, y el resultado cierra el nuevo programa de la compañía oficial que el coreógrafo dirige hace más de quince años.
El programa se abre con otro estreno, un trabajo de Analía González -emergente de las generaciones recientes- quien aporta una pieza menos formal que la de su colega director: Hasta siempre. En su introducción, los intérpretes ingresan de a uno y van estableciendo relaciones (hombre con hombre, mujer con mujer, hombre-mujer), módulo que marca la línea dominante de la propuesta. Las parejas, intercambiables, acaban por abrirse y distanciarse en el espacio; a guisa de brusca metáfora, una de las mujeres es literalmente arrojada, en pases de uno a otro hombre.
A un grupo de ocho mujeres se opone un octeto masculino, hasta que un eficaz trío (Silvina Pérez, Lautaro Dolz y Boris Pereyra) interpreta uno de los momentos reconcentrados de la pieza, sobre el tema más denso de la banda sonora, para bandoneón y violín (Los Núñez y Ruiz Guiñazú). A propósito, digamos que la base sonora se organiza en una sucesión de composiciones, discontinuas y heterogéneas, aunque funcionales y a veces seductoras. Hasta siempre involucra un salto auspicioso de González en madurez compositiva, respecto de Después del sol, su debut en este mismo teatro, hace dos años.
El sofisticado fondo de una suerte de camarín de cabaret (objetos escénicos y un colorido vestuario del recordado Carlos Gallardo) enmarcan 4 Janis para Joplin, pieza que Wainrot dio a conocer hace más de veinte años y a la que remozó en una reposición de 2006. La voz de la inolvidable Janis se impone en escena en una figura humana sacudida por la droga y el desborde (la referente real murió de una sobredosis, en 1970), en la libre recreación que, junto a cuatro colegas, acometió Victoria Balanza con ostensible talento.
El Himno a la alegría encarado y coreografiado por Wainrot no depara sorpresas, en el sentido de que se trata de un creador que frecuenta partituras intensas, exultantes. No obstante (y aunque no deja de coreografiar una sola nota), se podría señalar una sutil pero elocuente decantación en el manejo de ciertas intensidades del movimiento; menos "saltada" que -por ejemplo- su exitosoMesías, de Haendel, esta versión del cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven muestra un equilibrado contraste entre núcleos íntimos y agrupaciones mayores: un solo masculino con respaldo de un unísono de diez hombres, y luego tríos de mujeres que finalmente son desplazadas por una arrolladora masa coral, también femenina.
Este despliegue "sinfónico" de grandes bloques femeninos (esa construcción tan cara a Petipa, aunque aquí no hay cándidos tutús sino admirablemente sobrios vestidos de Graciela Galán en rojo-bermellón, con torsos transparentes) no es tan frecuente en las elecciones estilísticas de composiciones neoclásico-contemporáneas.

Así, con sus casi treinta bailarines en escena, Wainrot acabará por coreografiar e incorporar los tres movimientos restantes de esta sinfonía para presentarlos en un promisorio programa full length, en octubre. Que se convertirá, tal vez, en un bocado codiciable para teatros europeos, en la que esta partitura beethoveniana funciona como himno oficial.


Texto e imagen La Nacion

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