Por Alejandro Lavalle
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En plena forestación neocelandesa se erige un restaurante construido en un árbol. El reducto, elevado a 10 metros del suelo, alimenta a 18 comensales.
Durante la niñez, los árboles hacen las veces de segunda casa. Los veranos se hacían mucho más llevaderos trepados a una casa improvisada en las alturas, donde los infantes jugaban e inventaban historias que perduraban por horas. Los chicos crecen, pero el germen de esa inocencia permanece latente y el placer lúdico regresa para alejarnos de la locura cotidiana
hola anaiv!!!
ResponderEliminarpreciosa historia que nos lleva también a nosotros a la infancia.
quienes tuvieron la oportunidad de tener un gran árbol que nos cobijara, entenderán este mensaje.........
gracias por divulgarlo!!!!!
un abrazo
Anaiv paso a menudo por tu , es enriquecedor y muy didáctico.
ResponderEliminarTe felicito
Un abrazo
Abulafia