Cristina Kirchner será hoy el primer jefe de Estado al que recibirá el papa Francisco. Como la relación entre ambos ha estado sembrada de conflictos, esta visita de la Presidenta al Vaticano no sólo se ha transformado en una incógnita, sino que está provocando unos fenómenos extraños.
Ricardo Alfonsín, a pesar de que compartiría el vuelo con el primo hermano de su padre, el obispo José María Arancedo, también se bajó del Tango. Además de evitar, como Lorenzetti, que se lo identifique con un gobierno hostil, Alfonsín pretende desalentar la versión de que Cristina Kirchner lo corteja para algún acuerdo poselectoral.
En el jet sobrarán butacas también porque la Casa Rosada ha sido muy prudente. En las próximas 48 horas la Presidenta deberá disimular que encabeza la única organización política, a escala planetaria, que decidió enfrentar al nuevo papa. Encabezan la embestida figuras tan ligadas a ella como Estela de Carlotto, Luis D'Elía, Horacio Verbitsky y Hebe de Bonafini. No es la primera vez que el kirchnerismo queda en la vereda opuesta del papado en un pésimo momento: Néstor Kirchner no concurrió a las exequias del popular Juan Pablo II porque estaba enfrentado con el muerto.
Por esta razón al pasaje sólo se incorporó gente piadosa, como el titular de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, un católico eufórico por la elección de Bergoglio, que debió contenerse para interrumpir la sesión que presidía cuando conoció la noticia.
La selección de la comitiva sindical, menos cuidadosa, dejó a la Presidenta ante un problema: los allegados del nuevo papa pertenecen, en general, a las centrales de Luis Barrionuevo y del evangelista Hugo Moyano. El propio Francisco habló con uno de ellos durante un minuto y medio, el árbitro Guillermo Marconi, para pedir: "Deciles a los amigos que no vengan; habrá mucha gente y no los voy a poder atender". Cuando el gremialista le preguntó si vendría a la Argentina, o si ellos podrían visitarlo en el segundo semestre, el Papa contestó: "Vayamos viendo, todavía no lo puedo decidir, aquí hay mucho trabajo". No fue la única llamada que el Papa realizó a amigos porteños en las últimas horas.
Es impensable que un socio de Moyano o Barrionuevo se suba al avión presidencial. Pero el error de Cristina Kirchner fue haber elegido a dirigentes de la CGT Balcarce que podrían fastidiar a Bergoglio. Es el caso de Omar Viviani, quien acompañará a Antonio Caló y Omar Suárez.
Viviani está acostumbrado a visitar Roma y no sólo, como le atribuyen, por tener allí tres pizzerías. El líder de los taxistas estuvo hasta ahora muy vinculado a la Santa Sede, como demostró a comienzos de febrero, organizando una visita sindical a Benedicto XVI. Lo que los asesores de la Presidenta no detectaron es que la facilidad de Viviani para acceder al Vaticano se debía a sus contactos con un sector de la curia romana encabezado por Leonardo Sandri. Este cardenal argentino secundó a Angelo Sodano, el poderoso secretario de Estado de Juan Pablo II. Ambos apuntalaron la candidatura de Joseph Ratzinger en el cónclave de 2005, postergando a Bergoglio. Integran la facción de la burocracia romana que encontrará su ocaso con el nuevo pontificado.
Elegir a Viviani para entrar en San Pedro revela una gran falta de tacto. Es como visitar a la Presidenta con un sobrino de Duhalde. O peor: de Scioli. El desacierto es, en sí mismo, una minucia. Pero indica que la señora de Kirchner todavía no advirtió una de las mutaciones más relevantes que promete la coronación de Francisco para las relaciones entre la Iglesia y el país. Esa novedad es la clausura de la embajada paralela que operó desde los años 90 entre Buenos Aires y Roma, perturbando el vínculo entre la Conferencia Episcopal y la Santa Sede.
Desde hace más de tres lustros las relaciones de buena parte de la dirigencia local con el papado no han pasado por la jerarquía eclesiástica argentina ni por la nunciatura vaticana. El nexo fue un aparato de lobbying organizado por el ex embajador de Carlos Menem en el Vaticano, ex secretario de Culto de Eduardo Duhalde, Esteban Caselli. Es difícil encontrar a lo largo de la historia nacional a un laico que haya influido sobre el papado más que Caselli.
El cardenal Sandri y, más tarde, el propio Sodano tuvieron en Caselli a un amigo capaz de socorrer sus urgencias materiales, casi siempre con recursos del Estado. Sandri consiguió, entre otras cosas, ocupar a sus sobrinos en la SIDE. Y un hermano de Sodano logró gracias a Caselli salvar su empresa constructora. En reciprocidad, Sodano y Sandri lo convirtieron en "Gentiluomo di Sua Santitá", categoría que equivale a ser "dignatarios de la familia pontificia". También le abrieron las puertas de la Orden de Malta, transformando a un hijo de Caselli en embajador de esa congregación en la Argentina. Y lo ayudaron a obtener la banca del Senado italiano que ocupó desde 2008 y que acaba de perder.
La gravitación de este "gentiluomo" en Roma se manifestó de mil maneras. Por ejemplo, en los funerales de Juan Pablo II, Caselli logró ubicar a sus antiguos jefes Menem y Duhalde en el área reservada a los parientes del difunto. Infinidad de políticos argentinos deben su foto con el Papa a las gestiones del ex embajador.
Pero no siempre el influjo fue anecdótico. Varios obispos argentinos consiguieron sus mitras o sus ascensos gracias la amistad con este laico. Y la conducción del episcopado local debió soportar algunas veces que las ternas que enviaba a Roma se modificaran por consejo de Caselli.
Bergoglio nunca toleró al "gentiluomo". Pocos días después de que asumiera el arzobispado porteño, Caselli recibió un sobre que contenía otro sobre, roto, con un pasaje a Roma en primera clase, también hecho pedazos. El destinatario comentó a un colaborador: "No entiendo a Bergoglio; uno lo quiere ayudar y él te rechaza".
Este conflicto no se reduce a las diferencias entre un arzobispo y un feligrés influyente. No era Caselli, sino sus padrinos, los cardenales romanos que encabezaban Sodano y Sandri, quienes molestaban a Bergoglio. Y esta distancia dejó algunos testimonios. Antonio Quarracino, por ejemplo, debió mover cielo y tierra para que el Vaticano designara al actual Papa como su adjutor y heredero. Controlar esa sucesión era crucial para Quarracino, que estaba en medio de una tormenta financiera. Pero sólo cuando habló con Juan Pablo II del problema pudo vencer la resistencia de la Secretaría de Estado contra Bergoglio.
Fallecido Karol Wojtyla, desde Roma se desató sobre las redacciones porteñas una campaña para desmentir las chances de Bergoglio en el cónclave, con el argumento de que no sabía italiano. El vocero de esa embestida fue Caselli.
Así como Viviani es un detalle, tampoco la historia pasa por Caselli. Es obvio que desde ahora la Iglesia local será manejada por un argentino desde Roma. Pero lo que los viejos entredichos revelan es que el resultado del nuevo cónclave amenaza la supervivencia de figuras decisivas del Vaticano de las dos últimas décadas. Al final llevó a la cima a aquel cuyo ascenso durante muchos años intentaron evitar.
En esta grieta se esconden algunas claves del futuro del papado de Francisco. ¿Cuánto tardará en afianzarse como jefe en Roma? La pregunta se vuelve más inquietante después de las primeras zancadillas, como la irrupción del cardenal Bernard Law para saludarlo durante la visita a Santa María Mayor. También será interesante conocer el próximo destino del cardenal Sandri, prefecto para las Iglesias Orientales que se había postulado como el papable argentino. Más importante todavía: ¿a quién elegirá Bergoglio como secretario de Estado cuando el tormentoso ciclo de Tarcisio Bertone termine de agotarse? Esa designación dará una pista no sólo de la orientación, sino también de la intensidad de la reforma a la que la Iglesia será, de nuevo, sometida.